Reflexión: La inmutabilidad de Dios
La naturaleza de Dios no puede mutar. Según lo que expresa Santiago 1.17 " no cambia como los astros ni se mueve como las sombras"
2 años ago ReflexionesSolemos decir, en concordancia con el texto bíblico, que Dios no cambia –por lo tanto, que es inmutable–. Este es uno de los atributos de Dios y podemos verlo reflejado en el texto de Santiago 1. 17: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras”.
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Con respecto a esto, Francisco Lacueva nos brinda una explicación más profunda acerca de la inmutabilidad de Dios en su libro Un Dios en tres personas:
Cuando decimos que Dios es inmutable, no queremos dar a entender que Dios no siente afecto, amor, simpatía, etcétera (como cuando decimos: “Fulano no se inmuta por nada”), sino que Dios no puede cambiar; no puede cambiar Su naturaleza y no puede cambiar Su conducta; la razón es clara: todo lo que cambia es porque pierde algo que tenía o porque adquiere algo que no tenía; el continuo cambio que se observa en los seres creados es producto de este flujo y reflujo, de la asimilación y de la desasimilación (…) Por tanto, no puede perder nada de lo que tiene (quedaría limitado), ni adquirir nada nuevo (quedaría compuesto). (1989; pág. 70-71).
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Podríamos objetar fácilmente que Dios se hizo hombre y que, por consiguiente, cambió. Sin embargo, cuando se encarnó en la persona de Jesús, conservó su sustancia (su amor, su misericordia, su perdón, su bondad). En palabras del autor, no es lo mismo “inmutabilidad” que “inmovilismo”.
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Lacueva nos propone un ejemplo sencillo para entender este concepto: un ciclista puede ir a favor o en contra del viento. Según su percepción, el viento va cambiando de acuerdo al sentido en el que marche (en contra o a favor). Sin embargo, el viento es el mismo al igual que Dios.
Así cobra sentido la palabra que Pedro retoma del profeta Isaías: “Todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre” (1 Pedro 1. 24-25). Aunque nuestras circunstancias cambien, Dios sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos.