PERTENE-SER por Lucas San Martin

Entre banderas indómitas que se agitaban por los aires y los aplausos electrizantes, y en medio de la convocatoria a favor de las dos vidas pensaba acerca de la pertenencia de las personas a la iglesia.

Pertene-ser es lo que por mucho tiempo se incrustó en el corazón de la iglesia. Hablo de la pertenencia a las denominaciones. Es decir, que Soy en la medida que pertenezco A. “Soy de la iglesia x”, “soy de la iglesia y” (como decía Pablo: algunos dicen que son de Apolo, otro de Pablo, etc. Pasaje que encontramos en 1 corintios 3:4)

Esto me recuerda a un matrimonio amigo que, cuando tendieron una mano a otro hermano -de otra congregación, obviamente- lo primero que escucharon al toparse con algún hermano fue la famosísima pregunta, la del millón: ¿se están congregando en otro lado? ¿Cambiaron de iglesia?

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Eso me llevó a pensar que hay una necesidad intrínseca en nosotros de pertenecer a, o de identificarnos con; pero aunque cansadas veces decimos que somos de Cristo y que pertenecemos a su iglesia seguimos con esa brecha que a veces nos divide. Podemos verlo en manifestaciones cristianas donde cada congregación porta una camiseta o una pancarta con el nombre de la congregación a la que pertenece.

Esto no es malo, sin embargo lo es en la medida que esa camiseta nos condiciona.

Si esa camiseta hace que despreciemos a otro, si hace que menospreciemos, o que nos eleve por encima de otro hermano por el simple hecho de que en apariencia nuestra congregación es mejor que la otra y que posee todas las respuestas a las preguntas, creo que ahí le estamos pifiando. No hablo de ecumenismo ni de esas cosas raras que pensamos cuando hablamos de unión, sino de que si Cristo de dos pueblos hizo uno en Él por qué nosotros nos empecinamos en reproducir esa brecha.

“Cada uno tiene su visión”, y eso lo entiendo, pero qué pasa si esa visión hace que tome distancia de mi hermano, o, como dije, me ponga en un lugar que no está bueno (a veces un lugar de subestimación). Jesús dejó bien en claro estas cuestiones. Imaginate, de los dos pueblos hizo uno en Él.

Bueno, si de terminología hablamos, la iglesia vendría a ser los congregados, los llamados, y todos con un solo propósito: la Gloria de Dios. Punto. La cuestión de llevar fruto es si permanecemos en Él, sólo ahí está el secreto para no meternos en discusiones que Dios no nos mandó a hacer.

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En la convocatoria del sábado 28 de noviembre se pudo ver un el destello de esta verdad. Todos nos unimos bajo una misma misión, no bajo una denominación. Esta pandemia, creo, ha hecho que las denominaciones se unan sin tanto recelo. Muchos se han dado cuenta de esta unión y que es de vital importancia. A otros se les iluminó que la iglesia no es la institución (ni mucho menos la propiedad de un pastor).

Hay que reconocer que este sacudón derribó varias fortalezas religiosas y humanas, y pudimos ver la mano de Dios en todo esto. El evangelio es una cuestión de naturaleza-amor, reconciliación, unión- y es precisamente esa naturaleza la que debemos expresar; la importancia en el error es la de reconocer que cada día debemos pertenecer a Él y a nadie más que a Él.

Pongámoslo así: Si lo que yo creo condiciona mi posibilidad de ayudar a otro ya no estaría operando bajo el principio del amor. El Señor en este tiempo se encargó sutilmente de enseñarme esta verdad, y para eso tuvo que introducirse en las profundidades del alma.

Creo, y mi mayor deseo, es ver la expresión genuina de una iglesia que expresa la naturaleza del amor, sabiendo siempre que le pertenecemos solamente a Él.


Artículo escrito por San Martín Lucas
Profesor de Lengua y Literatura 
Tel. Contacto: 2284710552


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