«Encuentro» por Lucas San Martín

Una noche decidiste armar una mesa para nosotros dos. Estabas esperándome ansioso detrás de la mirilla, para ver si, tal vez, venía retrasado. Nos vimos, fui algo tímido. Te desconocía, temía que esto fuera raro. De hecho lo era un poco. Me hiciste sentar y charlamos un rato hasta que sentí el corazón venirse abajo, como un alud. Lloraba y no sabía por qué. Tardé tiempo en darme cuenta que sólo dejabas ir las lagrimas que se había abarrotado en mi corazón durante muchos años.

Me sorprendiste, me llevaste a un lugar seguro. Por fin, en esa instancia, había encontrado lo que tanto buscaba: a vos mismo. Todo me señalaba un solo camino, sólo que no lo podía ver. Me mostraste desvíos, atajos, carteles de peligro, pero aun así seguía el que a mí me parecía.


Leer también: “Vendajes” por Lucas San Martin


Esa noche me dijiste lo que nunca nadie me dijo: “Te amo incondicionalmente”. Me acurrucaste y nunca más me pude ir de tu lado. Cuando esos carteles aparecen ahora puedo verte queriendo que no me lastime. Esa noche me acosté y te soñé.

Fui libre, sincero, claro. Todo, a partir de ese momento, fue distinto. Caminaba por las calles con una liviandad inentendible. Cantaba solo, brotaba un regocijo desde mi interior. Sabia que estabas escondido allí, en la casa de mi corazón, y desde allí me decías las cosas más hermosas que he oído. Me hablaste de fe, de entrega, de salvación, de amor, de gracia, de paz, de vida, de que no hay nada imposible para vos.

Vi cómo levantaste a una familia del polvo. Vi cómo amaste a mis padres, a mi esposa, a mí. Vi cómo tu gracia me apretaba el pecho en la soledad y en el desierto. Vi tus manos en mis hombros en los días caídos. Vi tus pisadas al lado de las mías. Vi la cruz que cargaste y me conmocionó. Vi el horizonte incierto. Vi las aguas y me caí. Te vi caminar sobre ellas y me enseñaste a hacerlo.


Lee también: «Él sabe comprenderte» por Emanuel Fernandez


Me vi hablando con vos en todo momento: en la plaza, en la bici, en mi habitación, en los pasillos de una escuela, en el camino al trabajo. Me vi riendo en la soledad, al ver al cielo, al cantar una canción. Me vi llorando en todos esos lados también.

Mi vi de rodillas y vos al lado mío. Me vi de pie y vos sosteniéndome. Me vi amándote de una manera que no puedo explicar. Me vi siguiendo tus pisadas.

No hay nada que viva si vos no estás; no hay nada que subsista si no le provees el aliento. Me devolviste al lugar a donde pertenezco: a vos mismo, a tu corazón.


Artículo escrito por San Martín Lucas
Profesor de Lengua y Literatura 
Tel. Contacto: 2284710552

CONTRAMANO


A %d blogueros les gusta esto: