Cristo, con “C” de cambio por Lucas San Martín

Esta semana una pregunta se me yuxtapone entre los pensamientos y tiene que ver con el sentido de la reforma. Se cumplen años, se celebran aniversarios, se hacen marchas, movilizaciones y toda la mar en coche, y, entonces, ¿qué sentido se le otorga a todo eso? Parecería que queda en el terreno de la ignorancia.

Las personas solemos ser sujetos extraños que muchas veces nos acostumbramos a caminar para un solo lado y punto, así, sin chistar. De esta manera caemos en un vórtice que nos arrastra – no a todos, obviamente, sino a nosotros los que somos permeables a las tradiciones- y terminamos sin saber por qué pero hacemos rutina de la iglesia y con Dios.


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Bueno, en fin, para no ponerme tan subjetivo –no es la intención- pienso en la historia que nos dejó Lutero (y Jesús en primer lugar) y muchos otros bastiones que han impreso una huella profunda en esta tierra bajo una sola premisa: reformar los conceptos y las prácticas envejecidas.

Creo, y si no me falla el ojo, que muchos nos jactamos de pertenecer a la iglesia de la Reforma Protestante. Ahora, mi pregunta es cuánto tenemos en nuestro ADN de reformadores y cuánto de protestantes o de revolucionarios.

Muchas cosas pautadas se han desintegrado bajo el signo de la pandemia (¡Gracias a Dios!) , pero mi pregunta es si estaremos dispuestos a reformar reuniones, horarios, estructuras y, sobre todo, esa postura evangélica absolutista –y a veces engrupida- de que sólo nosotros tenemos la verdad y nada más que la verdad mientras en el camino dejamos un tendal de gente que lastimamos con nuestra postura férrea de evangélicos.

Se me abre en el alma otra pregunta y es que si somos herederos de una reforma (Jesús fue el pionero, claro) cómo es que no tenemos una mente reformadora –no hablo a aquellos locos que andan por todos lados compartiendo las buenas nuevas de una manera loca-. Es cierto que cuando cuestionamos ciertos preceptos que nos hacen ruido adentro –no sé si les ha pasado- nos topamos, entonces, con esa mueca irónica que nos dice (o nos hace sentir) lo poco espirituales que somos.

Jesús también le pasó. Imagínate cuando los judíos lo ven resucitando a un tipo o cuando lo escupe para que reciba el milagro lingüístico. ¡Una cosa de locos!). Hoy debemos ser reformadores, traer de parte de Dios un cambio visceral en los lugares donde estamos y que tenga que ver con aquel Cristo revolucionario.

Seamos rebeldes con causa y argumento concretos para que en estos tiempos clavemos nuestras tesis en el corazón de una iglesia que muchas veces manipula a la gente y, lo más terrible, a la palabra de Dios, y eso hace que con el tiempo nos coarten la libertad que el mismo Señor nos otorgó.
Me gustaría que reverbere en nuestro espíritu la necesidad de que lo que hagamos o digamos tenga que ver con formar el carácter de Cristo en nosotros y en la gente.


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Digo, que todo lo que hagamos sea con un objetivo y una dirección concreta, plenamente conscientes. Por ejemplo, ¿Para qué o por qué vamos a una marcha? ¿Reemplazo la figura de Dios por la del pastor o por la infinita variedad de reuniones a la que asisto? ¿Estoy siendo reformador? ¿Qué debería reformar? ¿Qué me manda Dios a reformar? ¿Por qué debo hacer lo que debo hacer? ¿Cuáles son los motivos por lo que me acerco a Dios? ¿Lo que veo tiene que ver con el carácter de Cristo?

Por eso tienen que surgir más pintores, escritores, oradores, dibujantes, comunicadores, que revolucionen la manera de ver a la iglesia que, en realidad, es una sola: como Dios realmente la ve. Les propongo en este tiempo a que nos reveamos (seguramente la pandemia nos movió la estantería a varios), y no callemos esa voz interna que nos dice que algo hay que modificar. No la apaguemos, acordémonos que el espíritu santo susurra verdades indecibles.

Articulo escrito por San Martín Lucas
Profesor de Lengua y Literatura 
Tel. Contacto: 2284710552

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